martes, 30 de julio de 2013

El Libertador de un mundo.
   A doscientos treinta años de su natalicio, hablar del gran Simón Bolívar, no es una tarea nada fácil, porque es tal su dimensión de su obra, por la variedad de sus aspectos, y el conocimiento general que todos tienen de él, esbozamos en estas líneas pinceladas de una vida llenas de dificultades, grandezas, un hombre el cual hoy invitamos a conocer un poco más.  
         Simón Bolívar fue un niño de clase alta colonial, nace a fines del siglo XVIII, en 1783, en Caracas un 24 de Julio, en una época en que la Capitanía General era rica, en las que las clases mantuanas disponían de abundantes medios, y él pertenecía a una de las familias más ilustres y más poderosas económicamente.
        Ese niño nace en una rica casa. Cuya imagen interior, podemos figurar fácilmente con traer a la vista la reconstruida sala que fue reabiertas sus puertas para el deleites de américa. En una casa de ese tipo, con grandes cortinajes, con muebles enchapados inglés, con alfombras, con algunos retratos de la familia, con briseras de fino cristal, el niño Simón Bolívar se asomó al mundo.
        Este niño va a ser huérfano muy pronto. Es importante este hecho. Porque en la psicología de un hombre trabaja activamente todo lo que le rodea en la niñez, y uno de los grandes traumatismo psicológico que pueden ocurrir a un niño es, precisamente, el de perder a sus padres en una tierna edad, este fue el caso de Bolívar. Queda huérfano de padre a los dos años de edad; pudo decir que no lo conoció. Y luego, muy pronto, pierde igualmente a su madre, que muere en 1782, cuando el niño tiene, escasamente ocho años.
        Va a quedar entonces encomendado a la tutela del abuelo, al cuidado de los tíos y a los menesteres de los tutores, perceptores y gente encargadas de su educación de un modo no siempre estable ni conveniente.  
       Se le prepara para la vida que normalmente debía aguardarle, la de un rico terrateniente y hombre de clase alta de la sociedad colonial. Se le va a enseñar a gobernar sus tierras, a entenderse en cultivo, a manejar la espada, a prepararse para desempeñar uno de los pequeños cargos de milicia que en el imperio Español se les podía otorgar a los criollos de clase alta, ser un  teniente y más tarde un capitán de milicias de blancos. Igualmente se le educa para que luego pueda desempeñar una función de cabildante, que era la máxima ambición y el límite de las aspiraciones de la clase alta nacional.
        Esa preparación se le da por medio de maestros. Va a tener en torno suyo muchos maestros, entre los cuales se destacan, por razones obvias, especialmente dos: uno es Simón Rodríguez, el famoso Simón Rodríguez, Simón Carreño, Samuel Robinsón, como se le llamo  más tarde aquel hombre atrabiliario, genial, desequilibrado, apasionado, violento, revolucionario, que está lleno en ese momento de las ideas más avanzadas de su siglo, de la filosofía pedagógica de Rousseau, de la teoría política de los enciclopedistas franceses, y que va a tratar  de educar a este niño inteligente, sensible, rico y huérfano como Rousseau preconizaba la educación de Emilio. Solo  que Simón Rodríguez no va a tener una autoridad muy grande sobre su discípulo; va a ser apenas, como el mismo Bolívar, lo llamo un maestro de primera letras; la influencia de Rodríguez será mayor mas tarde.
        Otro de los maestros es un joven apenas un poco mayor que él, que se llama Andrés Bello era la antítesis, del carácter de Bolívar y, por de contado, la antítesis del carácter de Simón Rodríguez. Todo lo que en los otros era impaciencia, acometividad, violencia, inquietud, en este hombre era serenidad, sosiego, reflexión, mesura. Eran dos temperamentos muy poco hechos para entenderse. Sin embargo, Bolívar desde entonces concibe una sincera admiración y un verdadero respecto por el elevado carácter y por los conocimientos de este hombre.
        También a su lado otra figura que va a desempeñar un gran papel momentáneo en los comienzos de la Independencia, la del gran jurista Miguel José Sanz, que ejerce por algún tiempo la administración de sus bienes.
        Juntos a estos hombres hay también las maternales sombras de las esclavas negras,  que se encargaban de cuidar, amamantar y acompañar al niño Simón. De ellas va a recibir leyendas. Consejos, modismo, vocablos, acentos, tradición popular, que tanto como la educación libresca va a contar fuertemente en el temple y formación de su espíritu y de su acción ellas son la negra Matea, y la negra Hipólita.
        Este niño rico sueña, naturalmente, con ir a Europa, con ir a España a completar su educación. Esta idea la comparten algunos de sus familiares, y al fin,  el año de 1799, logra este deseo. El año 1799 se embarca para España, pasa por México donde realiza un tránsito de un mes, de donde tenemos  la más antigua carta escrita por Bolívar, una carta vacilante en que apenas se siente el vagido de su fuerte personalidad y en la que abunda los rasgos infantiles, las vacilaciones de estilo y errores ortográficos.
        Llega a Cádiz y luego a Madrid, donde residen sus tíos maternos, que le van ayudar y a caminar en la corte. Allí va a completar su educación de joven caballero.
        Esa corte a la que llega Bolívar era la decadente de Carlos IV (Rey de España entre 1788 a 1808). Aquel Madrid de majos que pinto Goya en sus inolvidables cartones. El de los paseos campestres, de las famosas fiestas secretas de la reina Maria Luisa y de la fama licenciosa de la Corte, el Madrid en que esplende como verdadero rey la figura pintoresca y turbia del favorito Manual Godoy, príncipe de la paz.
        Bolívar por sus conexiones de hispanoamericano, va a tener oportunidad de enterarse de la podredumbre de aquel régimen, donde se encontraban la corrupción administrativa que se extendía a todo los extracto de la sociedad,  a través de un amigo de sus tíos, Manuel Malló, quien forma parte de cuerpo de guardia de Corps de la casa real, es por entonces el favorito de la reina, y no debió faltarle oportunidad al joven Simón Bolívar de conocer la licenciosa conducta de aquella señora, que nunca supo no solamente darse rango de reina, pero ni siquiera de mujer honesta.
        El Bolívar de esa época lo podemos contemplar físicamente en una vieja miniatura pintada en Madrid hacia 1800, que todavía se conserva allí. Esta miniatura nos lo pintan alrededor de los diecisietes años. Todavía los rasgos que va a marcar su fisionomía no están acentuados. Tiene la cara un poco redonda, que luego va ser más huesuda y seca, pero los ojos, las cejas, la nariz misma y algo de la boca, la prominencia del labio inferior,  reproduce claramente rasgos fundamentales que su fisionomía va a conservar por el resto de su vida.
        Este muchacho, de poco más de dieciséis años, que esta apenas comenzando asomar al mundo, conoce en Madrid una jovencita pocos meses mayor que él, Maria Teresa del Toro y Alayza. Esta muchacha, emparentada con el marqués del Toro, de noble familia y de distinguida posición,  le corresponde, y Bolívar, con esa violencia pasional que va a caracterizar toda su vida, resuelve casarse de inmediato. Escribe a sus tíos solicitando la venia, hace un breve viaje, mientras obtiene el permiso para el matrimonio, a París, y por último,  se casa el 26 de Mayo de 1802, regresa a Venezuela con su joven esposa.
        Viene entonces a lo que él considera su destino definitivo, a hacer su vida de hacendado y terrateniente, a tener los hijos que van a heredar su nombre y su fortuna y a comenzar la vida, de intriga, de pereza, de ocio y de satisfacciones económicas y familiares de los grandes señores de la colonia.
         Regresa a Venezuela  y visitas sus haciendas  con su mujer. Algunas temporadas las pasa en la vieja casa del ingenio de San Mateo, la famosa casa de los Bolívar. En la parte alta, en las habitaciones de los amos, vivió Bolívar algunos meses de su luna de miel con Maria Teresa del Toro. En la parte de abajo estaba las habitaciones de los esclavos.
        La felicidad le es esquiva y ochos meses después fallece su amada, un 22 de Enero de 1803, a los diecinueve años tenemos a un Bolívar viudo con el destino torcido, y desesperado, porque amaba sinceramente a su mujer. Años más tarde dijo en la confidencia que si su mujer no hubiera muerto, posiblemente él no hubiera hecho la carrera política y militar que hizo,  hubiera vivido en sus tierras y probablemente  hubiera muerto oscuro y sin renombre, aunque añade él, “mi genio no era, precisamente, para ser alcalde de San Mateo”.
        De la muerte de su mujer surge una profunda crisis espiritual para este hombre, que le impulsa a marcharse de nuevo del país, a regresar a Europa, a disfrutar de su fortuna y  aturdirse de los placeres fáciles.
        Regresa a Europa a fines de 1803, y para comienzos de 1804 está de nuevo en París. En esta ocasión va a encontrarse  con un París poblado de atractivo. Ya ha madurado un poco más,  ya no tiene ese aspecto de niño que le hemos contemplado en la miniatura anterior. Este es ya  un hombre de veintiún años, con aires de petimetre, vestido a la última moda, con un peinado de golpe de viento, que era el que se llevaba entonces, y son los rasgos de la fisionomía ya mucho más formado y parecidos a los que va ostentar por el resto de sus días.
        Este Simón Bolívar  va  a frecuentar los sitios más concurridos de parís, va a jugar a las cartas, a frecuentar cortesanas, a tener líos amorosos, a leer abundantemente y a reunirse con amigos juerguistas, y con su viejo amigo y preceptor Simón Rodríguez. Que es entonces cuando más directamente va a influir sobre el para despertar su mente a las ideas políticas de los enciclopedistas (tratado sistemático de las artes, las ciencias y los oficios) franceses, a nutrirlo de toda esa filosofía racionalista del siglo XVIII, que está en la raíz de los grandes revoluciones políticas que conmueven el mundo en América y en Europa por ese tiempo.
        Bolívar lee ávidamente y al mismo tiempo lleva una vida magnifica de derroche y de lujo. Es la época en que frecuenta el famoso “Paláis Royal”, que había sido el palacio del duque de Orleans antes de que le cortaran la cabeza al vacilante Felipe Igualdad. En los jardines y arcadas han levantado cafés famosos que frecuentan las gentes de placer y de aventura. En cafés semejantes, con gente vestida con las modas del directorio y del consulado, se pasea Bolívar con la vestimenta usual de los llamados “increíbles”, que era el nombre que se daba a estos elegantes,  y entre mujeres con los talles altos, que eran las llamadas “maravillosas”. Es la época en que empiezan a usarse un sombrero de copa muy ancho, hundido casi hasta los ojos. Ese sombrero fuel el que precisamente, y por razones no enteramente esclarecidas hasta ahora, vino a llamarse “el sombrero Bolívar”. En toda Europa  se le llamo “el chapeau Bolívar”, y sin duda alguna algo tuvo que ver nuestro Simón  con el lanzamiento, la adopción o la popularidad de ese sombrero que va a ostentar su nombre aun antes de que fuera famoso.
        En esa época se corona Napoleón, Bolívar contempla el acenso a la cúspide de la popularidad de un hombre  que arranca siendo un héroe popular  y  más tarde se transforma, acaso por un error fundamental, en un emperador. Bolívar nunca estará de acuerdo, y lo manifestara más tarde, con ese paso dado por Napoleón, pero siempre sostendrá que  uno de los momentos  más maravilloso que él ha visto vivir a un ser humano es aquel en que el pueblo de Paris aclama al emperador.
        Con esta idea ya dentro de sí, con la influencia de la filosofía política racionalista, Bolívar hace un viaje a Italia, acompañado de Simón Rodríguez, donde ocurre el famoso y romántico juramento en Monte Aventino. En ese momento, Bolívar ha encontrado una misión a la que consagra su vida, va a entregarse activamente a la lucha por la independencia de su país, de su tierra natal.
        El año de 1807, a comienzos, regresa definitivamente por vía de los Estados Unidos a Venezuela. Llega a Caracas, donde está  fermentando todas esas ideologías nuevas, Iluminismo y Enciclopedismo, Empirismo, La Fisiocracia, El Liberalismo y los pensamientos Independentista de los fundadores de los Estados Unidos, George Washington, Tomas Jefferson, Abrahán Lincoln, Thomas Paina, Benjamin Franklin entre otros, y donde la invasión napoleónica a España va a despertar en los criollos  la posibilidad de una independencia, donde ha ocurrido la tentativa de 1806 de Francisco de Miranda, y donde llegan las noticias  del movimiento triunfal que ha tenido lugar en El Plata.
        Esas tentativas fracasan porque hay una denuncia.
        Bolívar se pone en contacto con los jóvenes y comienza a conspirar. Esas conspiraciones tienen lugar, en gran parte, en la Cuadra Bolívar, que era una casa de campo en las orillas de Guaire, donde él y sus amigos discutían sobre la manera de derrocar el régimen Español y de establecer la Independencia de América.
       Bolívar se acerca a los veintiséis años, el capitán general le confina a una de sus tierras del interior. Marcha a Yare, en el Tuy, posiblemente pensando que de un momento a otro va a sonar la hora de acción y creyendo tal vez que empieza ya a ser tarde y que no ha hecho hasta entonces nada definitivo.
        Hasta que llega el 19 de Abril de 1810. Un día que, posiblemente, fue para Bolívar igual a todo los demás. Un día en que debió salir a caballo por sus campos, sin nada concreto que hacer, y, sin embargo, aquel día en que no llego a sus oídos ninguna noticia, había sonado la campana del destino que abría para él, la gran escena y la inmensa misión que hizo de aquel joven Simón Bolívar, el Libertador de un mundo.     
  
                                     

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